jueves, junio 29, 2006

El capitán de ultramar

Linda complicidad tuve con mi abuelo Andrés. Él murió hace como 15 años, pero siempre guardo en la memoria momentos compartidos que me llevan a una sonrisa, anécdotas en que los dos fuimos protagonistas y entretenidísimos relatos de la propia vida de ese querido viejo que nació con el siglo pasado.
Anita y Andrés
De niño me encantaba que mi papapa Andrés me invitara a salir con él, porque presentía que el paseo en su Chevrolet Bel Air de los 60, amplio y celeste, estaría lleno de conversación y que yo podría seguir aprendiendo los poemas rimados de Rubén Darío o ese tan notable de Espronceda que recuerdo hasta hoy: “Con diez cañones por banda / viento en popa, a toda vela / no corta el mar, sino vuela / un velero bergantín. / Bajel pirata que llaman / por su bravura ‘El Temido’ / en todo mar conocido / del uno al otro confín…”. (La Canción del Pirata).

Uno de los paseos que más disfrutaba era cuando íbamos a alguna de las playas limeñas. Entonces, nos sentábamos en un escaño del malecón, tomábamos helados y él ponía a prueba mis avances en el poema que me estaba enseñando. Indefectiblemente, cuando recitaba la parte de “y va el capitán pirata / cantando alegre en la popa / Asia, a un lado, al otro, Europa / y allá a su frente Estambul”, mi abuelo caía con la pregunta geográfica: “¿Por dónde estaba navegando ‘El Temido’?”. Yo sabía la respuesta: “Por el Mar Negro”. “¡Ése es mi capitán de ultramar!”, exclamaba papapa.

Ya era un muchacho crecido cuando murió mi abuelo Bello y, para ganarme algunos soles, comencé a trabajar los fines de semana en una librería, donde llenaba las horas vacías de público leyendo y leyendo. Un sábado, rebuscando en las góndolas, hallé un ejemplar que no había visto antes: “El capitán de ultramar”, de Jorge Amado. No hubo intermedio entre ese descubrimiento, el recuerdo de las exclamaciones de papapa Andrés y la lectura del volumen, que me sorprendió y maravilló. Al otro día leí “Los capitanes de la arena”, el sábado siguiente, “Cacao”, y así fui devorando la obra de ese bahiano lindo que es muchísimo más que la tan televisada “Doña Flor y sus dos maridos”.
Jorge Amado
Algunos años después viajé al nordeste brasileño y me impregné de los sabores, olores, lugares y nombres a los que arribé con la brújula de Amado, e indirectamente con el sextante de Espronceda y los mapas que el doctor Andrés Bello había dibujado en mi corazón. Allí, en la Bahía de Todos los Santos, me senté en un escaño a observar el océano y sentí que mi cómplice me hacía mucha falta.

viernes, junio 16, 2006

Cuentos del tío

Tenía que comprar dólares. No pocos. Tampoco muchísimos, la verdad, para qué engañar. ¿Cómo diablos lo supo ese tipo? No sé. La cosa es que me miró y me preguntó: “¿Dólares?” En ese momento, tal vez percibió un cambio en mi conducta, alguna vacilación en mi paso resuelto, porque insistió: “¿Dólares? El mejor precio”, y comenzó a caminar a mi lado, dándole a la lengua con una agilidad inconmesurable: “Acompáñeme / es acá a la vuelta / va a ganar 50 pesos por dólar / ya falta poco / ¿cuánto quiere comprar? / tranquilo, ya no falta nada / mejor precio imposible”. A todo esto, yo nada había dicho. Ni sí ni no, nada. Sólo pensaba “fijo que este huevón me va a estafar”, pero nada decía. El hombrecillo, en cambio, seguía con su letanía de palabras y me conducía al lugar de la transacción. ¿Qué pasaba por mi cabeza en ese instante? ¿Las ganas de hacer, por alguna vez en mi vida, un buen negocio? ¿Una completa confusión mental frente a un tipo hábil y parlanchín que me tenía en sus manos? No lo sé. Sin embargo, a tiempo y con firmeza alcancé a decirle “no quiero comprar dólares, compadre, chau”. Y di media vuelta y apuré el paso.

Aquí voy a imitar a muchos blogueros: ¿Te ha pasado que te quieran estafar? ¿Te han metido el dedo en la boca? ¿Te han visto las de abajo? ¿Te han contado el cuento del tío?

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Como muchos de mis entusiastas lectores responderán que no, les recordaré un par -sólo un par- de contadas del cuento del tío en que hemos caído como sociedad.

Sistema binominal: Durante la campaña, la derecha (al menos Piñera) se cansó de prometer que estaba a favor de cambiar el sistema electoral que hace que el 33% elija al 50% de los parlamentarios (igualando 33 con 66). Hoy, la derecha no está dispuesta a hacer ese cambio. Un gran cuento del tío.

Impuesto específico a los combustibles: Una ley dictada por el tirano tras el terremoto de 1985, para invertir los dineros que recaudara en arreglar los hoyos de las calles y construir carreteras. Hoy, nada -pero nada nada- de esa plata se usa con esos fines. Las carreteras las financiamos los automovilistas y los baches (“eventos”) tienen a Santiago convertido en un gran queso suizo. Y el gobierno..., ni allí con terminar con el impuestito. Otro gran cuento del tío.

viernes, junio 02, 2006

La del vecino y su amigo ( III )

1996. El Salvador, Tercera Región. Viernes de verano. 21.30 horas.
Han transcurrido tres años desde que se suscitaron los episodios que este a veces barroco narrador se ha dado en llamar “del vecino y su amigo”. La joven pareja que en el capítulo anterior se deleitaba con frenesí en los embates amatorios (procurando daño incluso al sólido encatrado de madera, habráse visto) y que en el ante-anterior saboreó un asado de lomo liso y algunos chorizos (con AAB achispado de piscos sours) poco antes de que Atacama se sacudiese en un remezón enervador, como es lógico y matemático, es ahora tres años menos joven, o tres años más experimentada, si se quiere. A la sazón, un matrimonio amigo ha invitado a la Xime y AAB a departir en su casa, cosa que se estila en aquel campamento minero escasamente provisto de lugares de recreación, de manera que se les viene por delante una noche de viernes típica, con los mismos de siempre y que, dados los antecedentes que tenemos del ya no tan joven varón, seguramente antecederá a un sábado de caña brava y palpitante en su testa de bebedor empedernido, sin entrar a mencionar los daños esofágicos que años más tarde serán ratificados por médicos y le condenarán al suministro diario del medicamento llamado omeprazol, prescripción que atenderá con torpe constancia y excusándose en su alto valor, aun cuando la farmacia Larco de Irarrázaval esquina Diagonal Oriente maneja una buena oferta en tal sentido (el colmo, ¿éste es narrador o propagandista? ¡No hay derecho!).

Con dos botellas de vino tinto en manos de AAB, arriba la pareja a la casa del matrimonio amigo, tarea sencillísima si se toma en cuenta que la vivienda en que se desarrollarán los próximos acontecimientos está ubicada a media cuadra, poblado chico, es bueno recordarlo, de su domicilio, sobre la mismísima calle Kelley, cuadra 7. Allí ya están los mismos de siempre y uno que otro desconocido, tal vez del grupo de teatro de la dueña de casa, afición nueva que viene practicando con relativo talento. Fiel a su tradición, AAB se allega al sector de los tragos, principia por descorchar una vinera más fina y cara que las que portaba hace unos instantes y en la siguiente media hora la perjudica considerablemente, en tanto intercambia opiniones con sus amigos presentes. Su mujer, más sociable y expansiva, conversa en el living con el otro grupo de gente, que incluye a los teatreros. En un momento dado, coincidente con un aro en la música de Illapu que canta de unas gaviotas en el Mapocho, la Xime se toma el mentón con pulgar e índice, entrecierra brevemente sus ojos color turquesa y dice a uno de los desconocidos:
“Yo a ti te ha visto antes”. Interpelado: “¿Sí? Ehhh…, tal vez en la obra”. “No. No he visto la obra… ¡TÚ ERES JESÚS! Mono, ven, ¿no te parece conocido este gallo?”.

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Felipe:
¡Ah, bierda!
AAB: Taba un pogo cambiao, no tenía el reló de antes, pero era el mismo logo, compare.
Xime: Yo todo el rato me preguntaba dónde lo había visto...
Nanda: ... esa sensación que tiene uno de que conoce a una persona.
AAB: ¡Glaaaro! Salú por eso.
Felipe: Chúuu, tus vasos parecen que están rotos, hermano, se me acabó la piscola. Amor, échame un par de hielitos.
Nanda: Ya, pero sigan…

Jesús intenta convencer a los presentes que él (o Él, aquí el narrador confiesa duda) no es Jesús, tal vez haya un malentendido. AAB lo aferra de la manga y lo conduce forzadamente, con la ventaja que le ofrece su metro 93 vs. el metro 60 y pico de su contendiente, a la casa del vecino. La Xime y algunos curiosos lo acompañan en la misión. Al sonido de la puerta, el vecino (experto en Seguridad y Prevención de Riesgos, para los olvidadizos, que en los últimos años ha ascendido a una jefatura) se asoma por la ventana. “Vecino, mire a quién tenemos aquí. ¿Se acuerda de Jesús, el tipo que se fue en su auto y chocó cerca de Copiapó?”. “Pucha vecino, estaba durmiendo. Y no quiero saber nada de ese tipo. Es peligroso”. “Bueno, siga durmiendo, no lo molestamos más”.

¿Habrá pensado Jesús en Pedro, que lo negó tres veces? Este narrador lo ignora, pero sí sabe que el sujeto, bien sujeto de la manga, alcanzó a decir que peligroso no era él (¿Él?), sino el Nissan Sentra que hace tres años le había prestado aquel hombre que lo recogió en los alrededores de Potrerillos, un auto que salió malo de fábrica y por eso fue descontinuada su producción. Y la historia del vecino y su amigo concluye cuando AAB le advierte a Jesús que es padre de dos hijos pequeños, fácilmente engatusables y que, por ende, si lo ve en las proximidades de su casa (le da un radio de un kilómetro a la redonda), se verá forzado a sacarle la concha de su madre. Aunque aún hubo tiempo para que Jesús aportara un dato gracioso: “Yo sé karate”.


FIN (¿Por fin?)

PD: No hubo caso de subir una foto. Lo intenté tres días. La foto venía buena, pero no hubo caso. Me está fallando el blogger. ¿Alguien tiene el buen dato? Enséñeme.