viernes, julio 21, 2006

Sewell


Una noticia que me ha llamado más la atención que aquella relacionada con la edad de la Coté López, e incluso también que la referida al otro “López” y su familia elaboradora de coca sintética, es la del antiguo campamento minero de Sewell (pronúnciase súhuel, Tomka) y su nominación como Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO.

¿Cómo tan poco gozador de los encantos femeninos?, se preguntará usted. O, tal vez, ¿cómo tan poco interesado en seguir viendo el ocaso del viejo dictador?, que a los “atributos” de asesino, torturador, exiliador y ladrón, ahora suma una nueva perla en su corbata: narcotraficante.

Lo que pasa es que esos temas sí, lo reconozco, los encuentro sabrosos, pero también los encuentro lejanos. O sea, ¿qué relación podría tener yo con esta niña López de 17 años? ¿Acaso me han visto cara de pedófilo? Por el otro lado, tampoco me preocupa tanto que “López” siga engrosando su prontuario delictual, según sostiene su ex mamo (sic) derecha. En consecuencia, y según me enseñaron en la Escuela de Periodismo de la ponticato, cuando ésta quedaba en el Campus Oriente y nuestras armas de trabajo eran unas máquinas de escribir Olivetti, a esas noticias, respecto de mí, les falta el atributo de la PRO – XI – MI – DAD.

¿Y qué, acaso Sewell es muy próximo a usted?, preguntarán si son ágiles reporteros.
Les contesto en el acto: Lo que pasa es que de los 12 años que trabajé en la Corporación Nacional del Cobre de Chile, CODELCO, dando explicaciones y más explicaciones por el bajo precio del cobre, en cinco de ellos repartí mis talentos y saberes discursivos y comunicacionales en la División El Teniente, propietaria de la ex faena de concentración de mineral y ciudad de Sewell. Y, como es lógico, en diversas oportunidades visité la “ciudad de las escaleras”, como fuere llamada durante su apogeo de los años 50 y 60 del siglo pasado, luego de un nacimiento como simple “El Molino” (1906) de la Braden Copper Mining Co., y tras su bautizo en homenaje al ingeniero estadounidense Barton Sewell, quien falleció en los orígenes de la compañía, sin llegar a conocer el poblado que llevaría su nombre y que hoy es lindo museo y atractivo turístico enclavado en la cordillera chilena, a 2.200 metros sobre el nivel del mar y a 64 kilómetros de Rancagua.

- ¿Y cómo diablos es que maneja tanto dato sobre el tema, mi amigo?
- Muy simple. Primero, porque la memoria es una de mis cualidades más destacadas y, segundo, porque refresqué esa cualidad asombrosa con la relectura de la notable página www.sewell.cl, portal que, por lo demás, fue uno de los frutos de mi trabajo en los años en que me desempeñé en El Teniente (los contenidos) y que ganó un premio de nivel mundial como estupenda web que es.
- Ah, así que sabe harto de Sewell usted.
- Algo, algo. Por ejemplo sé que doña Violeta, madre de un excepcional amigo que dirige el mejor programa televisivo de divulgación científica de Chile, nació allí, así que estamos planeando viajecito y, si la plata acompaña, con pasada a almorzar a las Termas de Cauquenes, ya que allí cocina una belga que es la mejor chef de nuestro país... Es que el tema de comer sí que me es próximo, qué quiere que le haga... Pero también sé algo más…
- ¿Qué sería?
- Que para realizar una visita a Sewell, los interesados deberán tomar contacto con alguna de las siguientes empresas que realizan este servicio: VTS Ltda. (fono: 72-210290), Turismo Cultural Ltda.. (2- 2206750), Turismo Verschae S.A. (2-2027266) y Asia Reps (2-3811777). ¿Cómo estuve?
- Ya, pero eso lo sacó de la página web. Cuente algo de la historia, sería mejor.
- Mira, Sewell llegó a tener más de 15 mil habitantes y, como en todo campamento minero, la vida allí era muy estratificada: gringos por un lado, chilenos por otro, y chilenos también divididos dependiendo de si eran empleados u obreros. Otro tema que es muy próximo a mí: en 1932 se implantó la Ley Seca en la ciudad, que prohibía terminantemente beber…
- Ah, así que usted no podría haber vivido en Sewell.
- Te equivocas. Sí podría haber vivido en Sewell. Lo que pasa es que cuando existe ley, existe la manera de eludirla, y para eso estaban los “guachucheros”, que contrabandeaban aguardiente realizando viajes muy sufridos por la cordillera, a veces partiendo desde el cajón del Maipo, a pie o a lomo de mulas... ¡Esos tipos sí que eran héroes!
Foto de CODELCO-Chile División El Teniente

martes, julio 11, 2006

El recuerdo más antiguo

Algunas veces, en conversaciones entre amigos, me han hecho la siguiente pregunta: “¿Cuál es el recuerdo más antiguo que tienes?”. Que se entienda: la interrogante no apunta a recuerdos materiales que conserve hasta la actualidad, sino más bien a qué edad tenía cuando me sucedió algo de lo que me acuerde hasta hoy. Y, obviamente, cuál fue el hecho que ha permanecido indeleble en mi memoria.

Tengo una buena amiga que sostiene que ella se acuerda de hechos que le acontecieron cuando tenía menos de un año. Yo le digo jajajá y lo dudo, pero no porque desconfíe de ella, sino porque, lo que es yo, ando bien lejos de tener esa destreza. Luego, cuando ella insiste en que se acuerda de cosas que le pasaron cuando tenía menos de un año, yo le digo “lo que pasa es que te acuerdas de cuando te recordaron de algo que te había pasado cuando tenías menos de un año”. ¡Ya sé, ya sé, no se entiende! Para clarificar esta idea, les pondré un ejemplo: Un sábado cualquiera, un amigo llevó a su hijo de un año -uno de mis ahijados- al zoológico. Al sábado siguiente le preguntó: “¿Te acuerdas que el sábado pasado fuimos al zoológico?”. Al sábado subsiguiente, lo mismo, y así majaderamente. Yo pienso que al mes, mes y medio, dos meses, el pequeño ya no se acordaba mucho del zoológico y que, más bien, sí se acordaba de que su progenitor ya le había hecho esa pregunta la semana pasada y la anterior y que, francamente, ya le tenía las bolitas hinchadas con la misma cantinela.

Bueno, a lo que iba… Cuando me preguntan “¿cuál es el recuerdo más antiguo que tienes?”, adopto un rictus pensativo, entrecierro los ojos, me pongo el pulgar de la mano derecha bajo la barbilla y el índice al costado de la cara, cerca de la oreja derecha, de manera que mi interlocutor puede observar una letra L, y digo: “Lo ignoro. No sé”. Lo que pasa es que no estoy dispuesto a reconocer que mis recuerdos más antiguos sean de cuando tenía como 6 años, y menos aún si en la conversación está presente mi amiga que dice acordarse de sucesos que le pasaron antes de que cumpliera un año.

La cosa es que encontré la foto que se ve abajo, en la que aparezco en la casa de Conchalí con mi hermana mayor -¡te amo, Marité!, un beso parte hacia Lima-, y en tal ilustración, según mi mujer, que vaya sabe de cálculos, mi edad giraría en torno a los 3 años, poco más, poco menos. Y, si se fijan bien, aparezco con una bota de yeso que casi alcanza mi rodilla.
¡¡¡EL ACCIDENTE!!!

¿1968? Caminaba con mi madre -¡te amo, Mabelita!, otro beso viaja hacia Lima- luego de que me cortaran el pelo en una peluquería ubicada en la calle Nueva Providencia (aún esa arteria no tenía el nombre ignominioso que posee hoy). Quería atravesar la avenida, pero no había caso, los coches pasaban y pasaban. La luz roja no llegaba nunca, puchadiego, y estaba aburrido de esperar, cansado, si hasta quería sentarme en el pequeño escalón que se forma entre la acera y la calzada. “No, jovencito, prohibido”. ¿Ah, sí? Me solté de la mano materna y largué a correr con destino a la vereda del frente… El camión pegó una bárbara frenada y depositó su rueda delantera sobre mi empeine derecho, fracturándolo. El conductor descendió nervioso y, al verme vivo pero atrapado, volvió a su puesto en el volante para retroceder la máquina, lo que posibilitó la liberación de mi pie y de mi llanto de niño maltrecho.

Algo me acuerdo de ese accidente. El problema es que, como en el caso de mi ahijado y su ida al zoológico, no sé bien si me acuerdo del atropello propiamente tal o de lo que, con majadería, me han contado del mismo por más de 35 años.

Preguntas: ¿Y tú, cuál es tu recuerdo más antiguo? ¿Aún evocas tu cálida y feliz permanencia en el vientre materno? ¡Cómo, ¿no eres capaz de acordarte de lo que hiciste anoche?!