lunes, abril 30, 2007

¿Somos amigos o no somos amigos?

Últimamente a Chile le ha dado, con devoción, el ánimo de inscribir el nombre de uno de sus hijos en ese mamotreto de datos, tan útil para leer en el baño, que se llama El Libro de los Récords de Guinness. O el nombre de una localidad inserta en nuestro flaco mapa, al menos. El otro día, sin ir más lejos, un programa “serio” de TV mostraba que en Rancagua, la ciudad heroica, un cuarteto de campesinos había elaborado la chupalla más grande del mundo, con la pretensión de dejar el éxito registrado en el citado compendio. Sí, señores: ¡la chupalla más grande del mundo!

¿Hay alguna posibilidad de que en China, Rusia, Canadá o Alemania, por nombrar unos pocos países interesados en aguarnos el mérito, la gente dedique su tiempo en confeccionar esos sombreros de paja que aquí, y sólo aquí en Chile, se llaman “chupallas”? Probablemente, no. Pero eso poco importa a los huasos tejedores rancagüinos, y tampoco al programa “serio” de TV.

Tal vez en Italia, tierra madre del fenecido latín que dio origen a nuestro idioma, efectivamente fabrican ese tipo de sombreros. Quizás los llaman “cupalas”, si es que el nombre de lo que milaneses, lombardos y napolitanos posan sobre sus testas se escribe con los mismos caracteres con que se deletrea el triunfador modelo faenado a la vera del río Cachapoal.

Y, ojo, que antes fue "la torta curicana más grande del mundo", que el propio alcalde de Curicó (ciudad chilena de la Región del Maule) intentó dejar escrita en letras de molde en el Guinness book.

Hay acontecimientos chilenos que sí ocupan meritoriamente espacio en el libro de los récords. Los 2 metros 37 centímetros en salto alto a caballo de Alberto Larraguibel, por ejemplo, montado sobre “Huaso”, en Viña del Mar, 1949. Esa es una marca que aún no ha sido superada y por la que este servidor se saca la chupalla.
(Acierto fotográfico: el equitador se sacó el sombrero en pleno salto)
Hay otros afanes chilensis de victoria más dudosos, como el de la “bandera más linda del mundo”, que la tricolor de la estrella solitaria habría obtenido en un certamen internacional preparado al efecto. Y no es dudoso porque la enseña nuestra sea fea, que no lo es, sino simplemente porque, en tal sentido, es complicado fijar un parámetro objetivo, inapelable. En efecto, a los niños les suele gustar la bandera de Nepal, que más parece una superposición de dos banderines triangulares, en tanto que a los diseñadores de moda les agrada la de Gambia, por sus colores bien combinados, de vanguardia y súper chic.
Tampoco creo que hayamos salido segundos en el Campeonato Mundial de Himnos Nacionales, solamente derrotados por La Marsellesa.

Pero (“aún hay Patria, ciudadanos”) en medio de estos afanes chilenos por obtener alguna distinción de corte universal, en días pasados nos informan que tenemos cierto mérito a nivel regional. Según el Latinobarómetro, Chile es, después de Estados Unidos y otros pocos, el país menos querido de las tres Américas. O sea, tenemos escasos países “amigos”.

- Bolivia, ¿quieres ser mi amiga?
- ¿Y el mar que me quitaste?
- Perú, ¿quieres ser mi pata del alma?
- ¿Y la tierra que me has choreado, oe, cojudo?
- Argentina, ¿querés ser mi compinche?
- ¿No fuiste vos quien ayudó a los ingleses en la guerra de las Malvinas, petiso?

“La cercanía no produce amistad”, dice el secretario general de la OEA, el chileno José Miguel Insulza.

Hace algunos años escuché por ahí que Chile tenía otro récord, parece que éste sí de corte planetario: el país de gente más alcohólica del mundo. Me cuesta creerlo, porque ¿cómo vamos a superar a esos finlandeses o islandeses que se suben a un tren y chupan vodka solo, de ida y vuelta y que después, ya en tierra firme (es un decir), se afirman de los postes para no caer al suelo, requisito policial para llevárselos detenidos? Imposible que les ganemos a esos alemanes rechonchos y en pantalón corto de cuero que se bajan barriles y barriles de schop blanco y negro entre carcajadas bobaliconas. Y qué decir de los irlandeses o escoceses que se embrutecen dándole al whisky y licores semejantes a toda hora, sin hacer distingos de día de semana. O los griegos… ¡los griegos!

Vamos a la región: ¿Han visto cómo beben tequila los mexicanos y mexicanas y en qué cantidad industrial? ¿Conocen ustedes a algún colombiano que no sea un ebrio redomado de ron o lo que sea? ¿Es que será posible hallar a un brasileño, sin importar su edad ni condición social, que no consuma a diario una bebida que comience con el prefijo “caipi”? En el Perú, un amigo “chalaco” (del Callao), hincha de la rosada tricota del Sport Boys, tenía la costumbre de tomarse -en un par de horas- un metro cuadrado de botellas de litro de cerveza y, al menos a la vista, no evidenciaba mareo alguno. Y había partido con un par de vasos de pisco sour catedral.

Y resulta que está confirmado que vencemos a todos estos borrachines de talla menor. Éjale. Son niños de pecho a nuestro lado. ¿Será por eso que no nos quieren? ¿Habrá allí un asunto de envidia que los hace rechazar nuestra amistad? ¿Acaso es culpa nuestra que no seban saltar a caballo ni hacer shuballas? Nosotros…, buta que los queremo; los queremo más que la cresta...
¿Somo amigo o no somo amigo?

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