miércoles, noviembre 23, 2005

Mi abuelo Roberto y su tío Pedro

Mi abuelo Roberto murió hace casi 20 años. Era médico y se fue rápido, sin drama, con más de 80 años bien vividos. A los dos o tres días de su muerte, en un funeral sencillo, se juntó con mi abuela Teté en el mausoleo familiar del Cementerio General, muy cerca de la tumba de su querido tío Pedro.

A mi abuelo Roberto le encantaba tomar helados y contarme historias, anécdotas de cuando él era joven. Yo me entretenía como niño con juguete nuevo con los relatos de mi abuelo, aunque fueran repetidos y me los supiera de memoria. Me gustaban esas historias ambientadas en los primeros años del siglo pasado, cuando sucedían tantas cosas inéditas, y más me gustaban porque mi abuelo Roberto era protagonista de esos hechos, ya sea buscando a hurtadillas dónde diablos estaban escondidos los caballos del primer automóvil que llegó a Santiago, o parado junto a una multitud en las puertas de El Mercurio, para enterarse –por carteles que colocaban de tanto en tanto- de la suerte que iba corriendo Manuel Plaza en el maratón de las Olimpiadas del 28, en Ámsterdam.

Bastaba que mi abuelo Roberto me dijera “¿le conté la historia de…?” para que yo dijera “no, no me la ha contado” y me sentara a su lado, contento, expectante. No me explico bien el porqué, pero yo algunas veces dudaba de la completa veracidad de esas historias. Pensaba que mi abuelo le estaba poniendo su cuota de color, exagerándolas un resto, pero igual me gustaban. Es más, consideraba que los aditamentos hacían que el cuento fuera más entretenido (como años más tarde lo graficó el anciano de la película “El gran pez”, de Tim Burton), aun cuando perdiera en términos de veracidad.

Y muchas veces me contó mi abuelo Roberto historias de su tío Pedro. Quizás si la que más recuerdo es aquella en que, como médico y sobrino preferido, lo estuvo acompañando junto a su lecho de muerte, en la dura lucha contra la tuberculosis. “Parece, sobrino, que éste es nuestro último día. Preocúpese usted de su tía Juanita”, recordaba mi abuelo que le había dicho su tío, antes de perder por completo el conocimiento. No mucho después sobrevino el desenlace..., que fue llorado por millones de chilenos: en una habitación del palacio de La Moneda, pasada la una de la tarde del 25 de noviembre de 1941, moría el Presidente Pedro Aguirre Cerda.

Mi abuelo Roberto quería mucho a su tío Pedro. Lo admiraba, y por eso no se cansaba de contarme historias de su tío que nació en Pocuro (valle del Aconcagua) y fue Presidente de Chile por casi tres años, hasta su deceso que entristeció a toda América. Me contaba del viaje que hicieron a Chillán tras el terremoto del 39, también de la amistad de ese profesor, abogado y político con Gabriela Mistral (la poeta dedicó su obra Desolación “Al señor don Pedro Aguirre Cerda y a su señora Juana A. de Aguirre a quienes debo la paz que vivo”). Me contaba de la gestación de la CORFO, y de las reformas en educación (“Gobernar es educar”), seguridad social, empleo, salario y maternidad. Me contaba que “o el asilo contra la opresión” pasó de letra a realidad con la llegada del Winnipeg y sus miles de refugiados españoles. Me contaba de las preocupaciones de su tío por la Segunda Gran Guerra, de sus desvelos por hacer realidad su lema de “Pan, techo y abrigo” y de su despreocupación por el tabaco, un fiel compañero que le adelantó su último día.

Ahora pienso que mi abuelo Roberto se daba cuenta de que yo no le creía algunas partes de las historias que me contaba. Pero no le importaba. Sólo me miraba por el rabillo del ojo, con cara pícara y continuaba: “Claro, al tío Pedro ya le quedaba poco cuando me dijo: ‘Parece, sobrino, que éste es nuestro último día. Preocúpese usted de su tía Juanita’. Era muy embromada la tuberculosis”.

Pasado el año 2000, me metí a Internet y en el buscador de Google escribí el nombre de mi abuelo: Roberto Aguirre Silva. AQUÍ está el resultado de mi búsqueda… y en mis recuerdos están los ojos pícaros de mi abuelo mirándome de soslayo.

jueves, noviembre 10, 2005

Un par de (…) sonrientes






Fujimori piensa: “¡Piña pe! Recién ahorita nomás he aterrizado en Chile y al toque los tombos me han agarrado medio calato, poniéndome la piyama, y me han llevado detenido. ¿Qué pasó, qué pisó? Y yo que pensaba que acá todos eran mis patas pe, mis chocheras. Me he portado de la pitiri mitiri con los chilenos el 95 pe, cuando vendieron sus armas a Ecuador y nada les he dicho, pero, ¡carajo!, ahora ni me dejan jatear tranquilo en el hotel y me traen a este calabozo. Francamente, he creído que como la relación entre Chile y el Perú se ha malogrado últimamente, me iban a tratar mejor pe, pero acá no he encontrado ni michi de afecto, ninguna pollada en mi honor, caray. He sabido que la justicia chilena ha rechazado ya tres peticiones de extradición solicitadas por los tribunales peruanos (entre ellas la de Borobio ¿no?) y por eso he venido pe, a manejar mi campaña desde acá, a cumplirle al pueblo peruano. Lo mostro es que los tribunales mapochinos son lentazos, oe, pero yo bien solapa digo que son los más serios y transparentes del mundo pe, mejores que los de Japón inclusive; claro pe causa, sonrío y afirmo que el juez es un trome, ¡lo máximo, ya no ya! Pero ahorita ni Borobio quiere ayudarme, así es que tengo que estar bien mosca. Asu diablo, bien yuca está esta situación, caracho, qué salado que soy, oe".
Eso es lo que piensa el ingeniero, pero no lo dice.






Lavín piensa: “La erdá (verdad) es que me parece pésima la forma en que Chile está tratando a Fujimori. La erdá no cacho mucho cuáles son los delitos que cometió este gallo -tal vez se arrancó con unas luquitas-, pero de que liberó a los peruanos del extremismo comunista del Sendero Luminoso, lo liberó. ¡Si creo que esos terroristas eran hasta seguidores de Mao, poh!, y a Fujimori no le importó náa que se hicieran eco de los postulados de un chino, como sus propios antepasados y aplicó mano dura para establecer el orden... Llega acá y la policía, de madrugáa, sin ni dejarlo descansar, lo saca de su pieza del Marriot y se lo lleva preso. El mundo al reé (revés). Las buenas obras que hizo este peruanito son re parecía (parecidas) a las que voy a hacer cuando llegue a La Monea. Mira, Michelle: La tercera es la vencía (vencida), y todos los revoltosos que tienen a la gente honesta atrapáa en sus casas, ¡a una cárcel isla! Mire, presidente Lagos: Su gobierno debería tratar con más cordialiá (cordialidad) a este amigo. Él fue presidente y tuvimo excelentes relaciones con Perú. Ahí no nos quisieron quitar el mar que navegué el otro día en una lancha de doce metros de eslora, cuando dije que no se toca. Aemá (Además) me parece un buen tipo este chino, siempre con una sonrisa franca, como la mía poh. Y capaz que los peruanos lo elijan de nuevo y ahora sí que va a estar enojao con nosotros. Yo le tengo re güena a Fuji; lo único malo era su asesor ése, Vladivideo, que está preso y ahora anda calumninado a Luksic".
Eso es lo que piensa Joaco, pero no lo dice.

Ambos neo-populistas sólo sonríen. Invito a los lectores a completar el título de esta reflexión acerca de reflexiones.

* En Chile se denomina “maricón sonriente” al que está "cagando" o perjudicando a otra persona con una sonrisa en los labios.

viernes, noviembre 04, 2005

¿Por quién pelearías?





Desde muy chico he escuchado la misma pregunta:

¿Si hubiera guerra, por quién pelearías?

Antecedentes
1965. Nací en Chile, así que soy chileno. Pero soy hijo de peruana, así que sólo soy ½ chileno (mi padre, QEPD, era chileno santiaguino) y ½ peruano. Pero mi madre, nacida en Miraflores, también es ½ chilena, ya que su madre (mi muy querida abuelita Anita, también QEPD) era de Santiago, del Parque Forestal (aunque después -años 1930- peruana por matrimonio, o sea 1/2 y 1/2). En consecuencia, a nivel de abuelos yo vendría siendo ¾ chileno y ¼ peruano, y de ahí las fracciones o quebrados pueden ser muchas (os). En el escenario de mi niñez, una buena niñez, nunca faltaba el tío o el conocido que me venía con la preguntita ingeniosa. "Ya po monito, ¿por quién pelearíai?".

1973. Nos fuimos a vivir a Lima, Perú, con mi madre, separada y mis tres hermanos. Allá, era un chilenito, medio peruanito pero con acento de chilenito, que iba al colegio y estudiaba Historia del Perú. Así fui aprendiendo acerca de las culturas preincaicas, tales como Chavín, Tiahuanaco, Mochica, Chimú, Paracas y Nazca, entre otras, hasta llegar a los Incas, cuyo Imperio se extendía hasta el Maule, en Chile, y me saqué un 20 (equivale al 7 chileno) por memorizar los emperadores de la dinastía incaica: Manco Capac, Sinchi Roca, Lloque Yupanqui, Mayta Capac, Inca Roca, Yahuar Huaca, Wiracocha, Pachacutec, Inca Yupanqui, Tupac Inca Yupanqui y Atahualpa (con su hermano Huáscar). En ese tiempo, y dada mi entonación mapochina, más de algún compañerito -chico vivo- se adelantó a los acontecimientos históricos que pasaba la profe y cayó con la pregunta que motiva este repaso. "Contesta, pues, no seas rosquete".

1978. Perú eliminó a Chile del Mundial de Argentina y vibré con ese equipo de Cubillas y Sotil y Cueto y Oblitas (me sé la alineación). Ya era un peruano con todas las de la ley; o sea, chileno por nacimiento (ius solis) y peruano por hijo de peruana (ius sanguinis) que, además, había cumplido con creces el requisito de llevar más de dos años avecindado en el Perú. (Hasta que muera tendré esta doble nacionalidad que a veces parece Caín y el perro o Abel y el gato). La cosa es que por aquellos años yo ya hablaba totalmente como peruano, y en el colegio, luego de haber estudiado los procesos independentistas de América (en los que Perú agradece al “Ejército Libertador” que venía de Chile, con San Martín a la cabeza y O’Higgins a su lado), comenzamos a pasar la Guerra del Pacífico. Allí aprendí que los grandes héroes eran Miguel Grau, el caballero de los mares; Francisco Bolognesi, general que defendió el morro de Arica hasta “quemar el último cartucho”, y Alfonso Ugarte, quien se lanzó a lomo de caballo desde la cima del peñón ariqueño antes que entregar la bandera bicolor. ¿Qué ocurrió entonces? ¡Obvio! Mis compañeros y hasta algunos profesores quisieron saber por quién pelearía este humilde sujeto en caso de que hubiera una guerra.

1983. Me vine a Chile a prepararme para entrar a la universidad y tuve que aprender que los grandes héroes eran Arturo Prat, Carlos Condell y Manuel Baquedano. Bué... En fin..., mi vida es larga y no la voy a contar ahora... mas la puta pregunta me ha seguido por todas partes...

2005. Los actuales hechos que todos conocen referidos al límite marítimo entre Chile y Perú.
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Mi familia (una esposa chilena de sonrisa y mirada oceánicas y tres hijos ¼ peruanos más lindos que el sol) están relativamente preocupados por los sucesos. Mis amigos de acá, los observan con atención Y TIENEN MUCHO QUE COMENTAR A TRAVÉS DE ESTE BLOG, con la altura de miras que los caracteriza. Mis queridos compañeros del colegio limeño, con quienes me relaciono a través del mail, también sienten inquietud. No obstante, nadie me ha venido con la pregunta. Parece que ya todos saben que soy un amante de la paz entre países que son hermanos y que están obligados a encontrar, si no el cariño, que se da y mucho, al menos un entendimiento que los lleve al progreso equitativo y solidario. Han comprendido que no pelearía en ninguna guerra. ¡Cómo podría atentar contra el amado país en que viví, que es en parte de una parte mía y que es el de mi madre y de mis dos hermanas! Eso sin contar al más de centenar de familiares y amigos. Ahí tienen la respuesta: No pelearía por ningún país.
Pero creo que sí largaría más de algún puñetazo en defensa de todos y cada uno de los mencionados en este último párrafo.