viernes, mayo 26, 2006

(Réclame): Caramba y zamba la cosa

¡Que vivan los estudiantes, jardín de las alegrías!
Son aves que no se asustan de animal ni policía,
y no le asustan las balas ni el ladrar de la jauría.
Caramba y zamba la cosa, ¡qué viva la astronomía!

¡Que vivan los estudiantes que rugen como los vientos!
cuando les meten al oído sotanas o regimientos.
Pajarillos libertarios, igual que los elementos.
Caramba y zamba la cosa, ¡vivan los experimentos!

Me gustan los estudiantes porque son la levadura
del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura,
para la boca del pobre que come con amargura.
Caramba y zamba la cosa, ¡viva la literatura!

Me gustan los estudiantes porque levantan el pecho
cuando les dicen harina sabiéndose que es afrecho,
y no hacen el sordomudo cuando se presenta el hecho.
Caramba y zamba la cosa, ¡el código del derecho!

Me gustan los estudiantes que marchan sobre la ruina.
Con las banderas en alto va toda la estudiantina:
son químicos y doctores, cirujanos y dentistas.
Caramba y zamba la cosa, ¡vivan los especialistas!

Me gustan los estudiantes que van al laboratorio,
descubren lo que se esconde adentro del confesorio.
Ya tienen un gran carrito que llegó hasta el purgatorio
Caramba y zamba la cosa, ¡los libros explicatorios!

Me gustan los estudiantes que con muy clara elocuencia
a la bolsa negra sacra le bajó las indulgencias.
Porque, ¿hasta cuándo nos dura, señores, la penitencia?
Caramba y zamba la cosa, ¡qué viva toda la ciencia!



VIOLETA PARRA

miércoles, mayo 17, 2006

La del vecino y su amigo ( II )

: : : :
Felipe: Chuuuu, un temblor.
AAB: No hueón, grado 6, 7. Fuerte.
Felipe: Nooo… Me están hueviando; ¿dónde está la cámara escondida?
Xime: Jajajá. En serio. Incluso llamamos a Santiago para ver si habían sentido el terremoto… Y yo “¿Mono, viste?, le deberíamos haber creído al vecino”, jajajá.
Felipe: Jajajaá. ¡Buena, la del vecino! Me voy por otra piscolita.
Nanda: Espérate que sigue…

1993. El Salvador, Tercera Región. Domingo de primavera. 23.50 horas.
La joven pareja se revuelca en el amplio tálamo matrimonial. La pasión de los 25 es desbordante y la cuota de nerviosismo adquirida en la jornada catapulta aún más músculos y espíritus en una danza horizontal de pasión acrobática que hace rechinar los maderos del lecho (acá el narrador se puso barroco), dañados por el constante vaivén, frenético y majadero que soportan, como también por tres años de sequedad climática atacameña. “El fin del mundo ha estado en nuestras manos”, ella le susurra, divertida. Algo empieza a decir y a obrar él cuando el ruido de un motor -de la casa del lado- rompe el silencio de la noche. ¡¡¡DE LA CASA DEL LADO!!! La pareja espía por la ventana.
Sacando de la cochera el Nissan Sentra del vecino, auto del año, nuevísimo, flamante, cuyo propietario mima y dedica horas de lavado, enceramiento y hasta ensiliconado de tableros y ruedas, está Él: Jesús. Él no tiene apuro ni huye. Al contrario, intercambia palabras con el vecino, difícilmente escuchadas por quienes han cesado en sus prácticas amatorias y atisban tras las cortinas de la sólida vivienda hecha de bloques de Kelley 708. Finalmente, Él pone en marcha el vehículo y parte, dobla en la esquina y se pierde de toda vista.
Al otro día, en la pega de AAB todos comentan acerca del temblor. En la imprenta (Cobresal), en la radio (Alicanto), en la revista (Semanario Andino), se conversa de qué estaba haciendo cada uno cuando la tierra se mandó ese remezón. El joven de 25 conserva su discreción, aun cuando en su interior se libra una cruda lucha entre la “papita caliente” que tiene para contar versus esa suerte de pudor raro, combinación de vergüenza ajena con afán de no perjudicar a nadie que le caracteriza desde su más tierna infancia. Y se queda callado nomás. No obstante, casualidades de la vida, algo más tarde se encuentra reunido con el abogado de la Empresa cuando éste recibe un llamado telefónico que de sopetón empieza a ganar el interés del joven precavido.
Abogado: “… ¿la camioneta de la Empresa o tu auto particular? Ah, okey, dame los datos”.
AAB estira el pescuezo y, gracias a su prodigiosa vista, que le permite descifrar desde cierta distancia caracteres de abogados y médicos e incluso letras al revés, recurso que utilizó con creces durante sus experiencias escolares y universitarias para resolver exámenes que se le planteaban difíciles, lee en el papelito amarillo: Nissan Sentra 1994, rojo, patente número tanto-tanto (dato olvidado), del interior del garaje de la casa, Regional de Copiapó.
“Listo nomás, yo te averiguo”, dice el abogado y cuelga.

¿En qué iría meditando Jesús mientras conducía por la soledad oscura del desierto atacameño esa madrugada de día lunes? ¿Qué parábola ejemplificadora ocuparía su cerebro mientras sus manos -reloj pletórico de botones en su muñeca izquierda- accionaban con seguridad el volante? Seguramente, con la vista fija en esa larga cinta que es la carretera entre Inca de Oro y Paipote, iluminada por los faros relucientes del Nissan rojo, no pensaba en que de improviso se iba a desprender por completo el tren trasero del auto, gatillando un accidente de proporciones que le enviaría con algunas fracturas y policontuso a la urgencia del Hospital Regional de Copiapó.

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Felipe: Me están agarrando pa’l hueveo.
Xime y Nanda (al unísono): “Jesús hospitalizado en Copiapó”.
AAB: Así no más fue, compadre, se le salió el eje de las ruedas y ¡paf!
Felipe: ¡De no creerlo, jajajjjajá!
AAB: Tamare, se acabó el vino. Me voy a cambiar a la piscola. Y espérate, que sigue.
(CONTINUARÁ… Ahora sí con el final)

viernes, mayo 05, 2006

La del vecino y su amigo ( I )

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Nanda: Tengo el chancho 6, pero estoy muerta de hambre. Dejemos la partida, preparo el carpaccio y le cuentan a Felipe esa historia del vecino de ustedes en El Salvador, que es muy buena.
Xime: Carpachito, qué rico, pero creo Felipe ya la conoce…
AAB: Sí, es cuento viejo, seguro que lo conoce… Yo abro otro tinto por mientras.
Felipe: Yo me voy por una piscolita, pero cuenten la del vecino de El Salvador...

1992. El Salvador, Tercera Región. Domingo de primavera. 13.15 horas.
Xime y AAB, joven pareja radicada en la pequeña y moderna localidad atacameña con forma de casco romano, cuyo diseño se atribuye al brasileño Niemeyer, conversan y fuman en el patio delantero de su morada de calle C.F. Kelley 708. Él riega el césped; ella lo acompaña con su mirar de turquesa y su alba risa, amplísima y jovial. Ciudad de puertas abiertas, dentro el pequeño hijo duerme su siesta de niño de 2. Más tarde ella hará un arroz y ensaladas, mientras él asará un lomo liso y algunos chorizos. Están en ello -en el riego, en las afueras de la casa- cuando llega el vecino de la casa pareada, en su camioneta de la Empresa, blanca, con su letra, número y pertenencia: Depto. Seguridad y Prevención de Riesgos. El vecino, hombre mayor que la joven pareja, con quien siempre han tenido una relación de hola y chau y poco más, viene acompañado por un sujeto joven, desconocido, más bien bajo si se piensa bien, morenito de pelo corto, sin ninguna particularidad que llamase a la sorpresa.
Dice el vecino: “Hola vecinos, ¿muy ocupados? Nos gustaría que vengan a nuestra casa un rato. Tenemos que conversar algo muy importante”. Decimos: “¿Ahora? Justo íbamos a preparar el almuerzo…”. El vecino: “Sólo un ratito, ahora, y se toman el aperitivo con nosotros”. Nosotros: “Bueno, vamos a ver al Martín, que está durmiendo y volvemos”. “Perfecto, los esperamos”.

La joven pareja se pregunta de qué se tratará la citación. “Te apuesto que cacharon tus plantitas o el olor a cuete, y como el gallo es de Seguridad”. / “No creo, amor, no seas perseguida”.

Ya en casa del vecino, en tanto que su mujer aproxima una bandeja de vasitos de pisco sour, éste pregunta: “¿Vieron que llegué con alguien?”. “Sí”, respondemos. “¡Amigo, baja!”, llama el vecino y todos miramos al individuo descender por la escalera. El vecino lo mira, nos mira, después lo mira nuevamente y nos mira nuevamente cuando le decimos “hola, quiubo”. Todos nos miramos intercaladamente. AAB apura su breve copete, dice permiso y se sirve otro, nadie habla mucho, hay cejas que suben como quien formula una pregunta, hay muecas faciales como de sonrisas, el bebedor empedernido dice “buena cosa”. Su joven mujer es más directa: “¿Y lo importante?”. “¿No se han dado cuenta?”, pregunta el vecino. “No todos están preparados”, interviene el desconocido. “Lo que pasa -dice el vecino- es que tenemos que decirles algo difícil de entender: Él no es quien ustedes creen que es”. “No creemos que es nadie. Primera vez que lo vemos”.
Desconocido: “No todos están preparados”.
Vecino: “Lo que pasa es que él, es Él, con mayúsculas, es Jesús, el Salvador”.

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Felipe: Jajajajajajaaaá. ¿Y ustedes? Carcajada, me imagino.
Xime: No, no carcajada, pero sí “mire vecino, nosotros respetamos lo que ustedes crean, pero no creemos mucho en estas cosas…”.
AAB: Claro, “no todos estamos preparados, rico el pisco sour” y chau.
Felipe: Es que yo me cago de la risa ahí mismo, frente al jefe de seguridad.
Nanda: Espérate, amorcito, que todavía sigue…

El vecino dice “yo tampoco creía hasta que me lo encontré, peregrinando en el camino a Potrerillos. Llegó en una nave”. Jesús intenta convencer a la joven pareja, vanamente, con algunos recursos más que dudosos, como espetar “¡tienen que creer!” o tratando de cantar con la voz de Silvio Rodríguez. AAB intenta convencer a Jesús de que no los convencerá de que es Jesús. La señora del vecino señala “no creen y están en su derecho”, ofrece disculpas y más pisco sours. Xime dice “no gracias, ya nos vamos”, AAB ya ha dicho “bueno” y se lo ha bebido de un trago.

Dice Jesús al vecino: “No creen, trae el reloj”. El vecino duda, temeroso. Jesús ordena: “Trae el reloj”. El vecino sube al segundo piso y regresa con un reloj de pulsera de esos modernos, con varios botones y manecillas. Pregunta Jesús a los vecinos: “¿Ustedes creen en mí?”. “¡Por supuesto, por supuesto!”. “¿Ustedes tienen total confianza en mí?”. “¡Claro que sí, te hemos abierto las puertas de nuestro hogar!”. “¿Me darían todo lo que les pidiera?”. “Lógico, lo que nos pidas”. Entonces Jesús sentencia: “Pero ellos no, y aun cuando estaban preparados para hacerlo no han querido creer. Apretaré el botón”. “¡No, no!”. “Una lástima, he apretado el botón; acaba de comenzar el fin del mundo; en estos momentos están subiendo las aguas en la bahía de Chañaral”. Xime: “Mejor nosotros nos vamos. Gracias por todo. Chau”.

Risas nerviosas y acalladas acompañaron el asado, sabrosísimo. El hijo revoloteaba en su triciclo mientras Xime y AAB, conversando en voz baja, se preguntaban si serían ellos -dos sencillos padres de 25 años- los culpables del término de la Humanidad. En ese preciso instante, un fuerte sismo sacudió a la Región de Atacama.

(CONTINUARÁ…)