viernes, marzo 31, 2006

Entre palabras y miradas ( IV )

El convoy está arribando a la Estación Central, a media marcha. Al silbato agudo, Cortés detiene su exposición, me da un nuevo apretón de mano a modo de despedida y se pone de pie para recoger el pequeño morral con el que, seguramente, continuará viaje hacia su chacra de La Ligua. Así parado, este hombre que me ha jodido buena parte del trayecto, ahora entorpece mi visión de la morena. Sin embargo, y aunque me sigue doliendo un poco el cuello, me contorsiono y, a través del intersticio que forma su brazo izquierdo, forrado en esa horrible casaca verde, la veo y sonrío.

¿Qué me mira tanto este gil de cuna? ¡No vaya a ser ahora que se ha dado cuenta de la pres-ti-di-gi-ta-ción con sustracción! Ah, no, éste sigue maravillado con la Rosaliíta, si poco falta para que me dé un empujón porque le tapo a su conquista. Buen trabajo, sobrina, buen trabajo, pero ni pienses, ni se te ocurra pensar que te voy a subir la comisión. Tan linda y tan viva que me saliste. “Cuando vaya a La Ligua, amigo, pregunte por Víctor Cortés, nomás; allá todos me conocen. Ahí le muestro la parcela, que es una lindura”.

Ay, el tren todavía ni se ha detenido y mi tío Víctor, todo ansioso, ya recoge su equipaje. ¡Equipaje!, jajajá, no sabré yo que ese bolso está lleno de hojas de diario arrugadas, pedazos de papel y un par de pañuelos viejos. ¡Si yo misma lo armé!, todo para que este viejo tacaño no venga sólo con lo puesto y, en cambio, parezca un viajero. ¿Y qué le pasa ahora? Ya se despidió y sigue habla que te habla, no le para la lengua. Tan nervioso que va, por él se tiraría con el carro en movimiento; claro, como fue trapecista…

- “Ahí está” –susurro. Y recuerdo la larga fila de por la mañana en el banco de Rancagua. Después, el grueso vidrio entre medio, y la cajera que revisa el cheque y me mira. ¿Hay desconfianza en su mirada? “Tenemos que consultar el documento. Espere al lado de la fila, por favor”. Claro, son 4.000.000 de pesos. Cuatro palos. Al poco rato, un par de minutos, empiezo a irritarme: estos del banco delatan al que cobra una buena cantidad, pienso. O sea, si aquí me ve un ladrón, esperando a un costado de la fila, ya sabe que voy cargado de billetes. “¡Oiga, ya pues, linda!”, le exijo a la cajera que tiene una cara de pánfila que no se la puede, justo cuando, por detrás de ella, llega una joven ataviada de uniforme y piocha del banco, con un lindo busto generoso y mi cheque autorizado. Mientras la cajera cuenta y cuenta los cuatro millones en billetes de 20 mil, me agacho con disimulo para ver el rostro de aquella auxiliar que posee tan armoniosa anatomía. Es una morena graciosa, con sus pestañas largas y negras sobre unos ojos como de gato y una boca bien dibujada. La joven se pierde tras una puerta interior, recibo mi dinero, cuento los veinte montoncitos de diez y salgo del banco, nervioso, empuñando en el bolsillo el fajo de billetes con el rostro de Andrés Bello, mirando receloso a quienes caminan cerca, no vayan a ser ladrones. Es inseguro llevar estas lucas en la billetera, pienso.

Los pasajeros bajan del tren, Cortés entre los primeros, menos mal.

La morena, con su Y en el sobrepecho, se me acerca.
-Debería tener más cuidado –me dice.
-¿Perdón?
-Que debería tener más cuidado con sus cosas –reitera. Y agrega: Me parece que el hombre que le conversaba, ¿es su amigo?, anduvo intruseando en su abrigo. ¿No se fijó en que le hacía gestos para avisarle?
Me reviso y siento, palpo, la bolsita plástica con los 4.000.000, que llevo entre los pantalones y la piel, junto a los testículos. “No me di cuenta”, digo, “pero el amigo no se llevó nada”.
-Me parece que le sacó su billetera.
-Gracias, de todos modos –digo. ¿Tienes algo que hacer? Te invito unas cervecitas por aquí cerca.
-¿Está seguro de que no le han robado? –insiste.
-Sí, me han robado, pero sólo pedazos de papel y un par de pañuelos viejos. Ah, y una billetera de plástico imitación cuero.

FIN

viernes, marzo 24, 2006

(Réclame): Conversación de 1995

Bam-Bam: Lo bonito y lo importante es que se viene el desenlace, ¿no?
Bloguero: El desenlace, Iván, será un golazo tuyo al Súper Depor, con sacada de camiseta, con el recuerdo de tu padre siempre presente, con el sabor de las cazuelas de la tía Alicia, con el alma de minero…
Condorito: ¡Reflauta!
B-B: Vamos, que me refiero al desenlace de tu historia del tren, ¿no? La blogósfera está abigarrada de gente esperando el desenlace.
C: ¿No será que al bloguero no se le ocurre un buen desenlace y que se ha metido en camisa de 11 varas?
B-B: La camisa 11 es de Salas, ¿no? Un muchacho con condiciones, y su mamá se llama Alicia, como la mía...
C: ¿Y el desenlace, bloguero? ¡Exijo una explicación!
B: … ¡sniiifff! …
B-B: Ya, menos lloriqueo, que aquí el llorón soy yo: el 9 (1+8).
C: ¿Pero quién gana en el cabezaso?
B: ¡PLOP!

viernes, marzo 17, 2006

Entre palabras y miradas ( III )

¡Tan risueña que te han de ver, Rosalía!, pienso. Supongo que ya me habrás preparado bien el terreno, chiquilla. Eso, excelente, lindo escote. Esta sobrina mía está re buena… Mejor ni pensar en esas cosas; a producir se ha dicho.
-Buenas tardes –digo, y en tanto ofrezco la mano derecha a mi vecino de asiento, quien la toma distraído, me invento un nombre que ya he usado otras veces: “Víctor Cortés, mucho gusto”.
La técnica no me toma más de tres segundos: mientras estrecho con energía la mano del sujeto (no me dice su nombre) y a medida que celebro alegremente el feriado que ha hecho de este viernes un sábado –“siempre cae bien un descansito; no todo puede ser pega, pues, mi amigo”–, con la izquierda me apodero de la gruesa billetera que carga en su abrigo y la meto por la manga de mi casaca. Haber sido mago de circo tiene sus ventajas, reflexiono, claro que sí. Aunque, ojo, no se trata de magia; es pres-ti-di-gi-ta-ción, que se traduce como rapidez de dedos. Ahora, sólo me queda transmitir como malo de la cabeza, tratar de llevarlo entretenido los dieciocho minutos que quedan de viaje. Luego, los pesitos de la sobrina y este pres-ti-di-gi-ta-dor a vivir la vida. ¿Cuáles serán los intereses de este despistado?, pienso. No sé por qué, pero no le veo pinta de hípico, así que descarto ese tema, aunque la anécdota del preparador que me entrega datos fijos es buena para embolinar la perdiz y ya ha demostrado que sirve para llegar con buena conversación, con dimes y diretes al por mayor, hasta Santiago. Me doy cuenta que a este gallo le gusta mirar los árboles por la ventana, así que me largo entusiasmado, algo gritón incluso, con el cuento de los frutales y la parcelita.
-¡Viera usted las paltas que sacamos con mi señora, la Rosalía! –exclamo. Como escucha su nombre, al fin esta chiquilla lesa me pega una mirada y es cuando le hago el guiño de que vamos bien, aunque, para ser franco, me gustaría que cobrara más protagonismo. A la hora de cobrar su comisión sí que no es nadita de lenta esta cabra… ¡Chupalla! No sé, como que algo me huele raro... El hombre aquí no es para nada participativo; en una de esas se me aburre y quiere largarse a otro lado, y cuando eso ocurre, fijo, pero del verbo fijo, revisa sus pertenencias y hasta ahí nomás llegamos. Ahora le largo la frase de los tomates con olor a tomate, ¡y ésa es buena!, ya que da pie para opinar sobre la diferencia con esos tomates como de plástico, sin gusto a nada, que venden en los supermercados y hasta en las ferias… “Ajá”, dice el retamboriao, sin ninguna gana. ¡Párese, Rosaliíta!, sigo pensando, haga algo de una vez para que este amermelao se entusiasme y quiera ponerse a contemplarla un rato. ¡No vaya a ser nomás que me tocó un maricueca de compañero de viaje! Ahí sí que vamos fritos los dos, Rosalía, así que haga algo.
-Y eso, amigo, que no le he contado de los melones verdes –le digo, fingiendo pasión por esa fruta que no comería ni contratado, y entonces aprovecho y le doy un leve golpecito en el brazo para que mire hacia este lado.
¡Sí! ¡Eso!... “Ya la viste, condenado”, pienso. Así que te gustó mi sobrina, ¿ah? Mira nomás ese par de pechugas, ¡ayayay! Y ojo que la niña es linda de cara también. ¿Pero qué le pasa a esta otra que no deja de leer? Está bien, de acuerdo, el Condorito es harto ingenioso y sorprende a chicos y grandes con sus bromas, pero el trabajo es trabajo y la diversión, diversión. ¡Eso, compadrito, hazte el lindo ahora! ¡Eso, Clark Gable, ríete a carcajadas, muy bien! Conque te está gustando mi cuento, ¿no, pillín? Así, Rosalía, eso… échese airecito en los pechos, mi linda…, así sobrina, que se le noten las puntitas que, con lo de la noria, esta conversación ya no da para más.

(CONTINUARÁ... Ya se viene el tan esperado desenlace)

martes, marzo 14, 2006

Entre palabras y miradas ( II )

¡Tonta y recontra tonta! No puedo haberlo hecho peor, pienso. Venir así, vestida de negro, ¡cómo voy a llamar la atención de nadie! Y pensar que antes de elegir esta chaqueta me estuve probando la parka floreada que tengo, llena de narcisos y violetas, ultra colorida. ¡Claro que habría sido mejor! Así, en cambio, todos acá deben pensar que voy a un funeral a Santiago, y que soy la viudita para más remate. ¡De luto, la pava! Obvio, este tipo no me ha mirado ni por siaca; ni cuando hice como que no encontraba el boleto y varios pasajeros se estuvieron fijando en mí mientras lo buscaba en la cartera, como cinco veces en los bolsillos, con el cobrador ahí parado ya perdiendo la paciencia, y hasta lo busqué entre las páginas de esta porquería de revista. ¿Idea mía o el Condorito de antes, cuando era chica, era mucho más entretenido? Parece que sí; si me llegaba a doler la guata de tanto reírme con algunos chistes. Pienso que debería haber comprado –estuve a punto, pero a punto– una de esas revistas de chismes. Sí, de esas que cuentan los cahuines de la tele, pero como soy de…; si seré, también. Lógico, pensé que, como son los hombres, se sentiría más atraído si me veía con esta historieta, pero nada… “Entre los penseques y los creiques…”, decía mi abuela. Pero, ¡si ni se ha dado cuenta de que existo, qué rabia! Es cosa de verlo, se lo ha pasado así, mirando el paisaje; lleva la ventana toda empañada de tanto que mira hacia afuera. ¿Qué te pasa, que nunca has visto el campo chileno, acaso? ¿O resulta que eres extranjero? Lo dudo, porque bien clarito que te vi en el banco sacando plata y haciéndote el lindo con la cajera. Con esa cara que tienes, además, se ve que eres más chileno que el charquicán. Hum, estoy que apuesto a que lueguito te vas a poner a mirarme. Fíjate que altiro me saco la chaquetita esta de viuda. ¡Toma! ¿Qué tal este paisaje, ah? ¿Y qué miran ustedes, sapos; que nunca han visto una mujer hecha y derecha?
¡Tonta y requete tonta! No hay caso, soy una payasa. Justo ahora que para el tren y este tipo dirige la vista hacia donde estoy, me fijo que llevo la revista al revés, ¡patas parriba! Y la muy…, fingiendo que leo, ¡todo mal! Si hay que ser bien… Bueno, parece que ni me vio y, a lo mejor, menos se debe haber dado cuenta del detallito de la revista al revés. ¡Qué risa!, pienso, tentada. Y es que me acabo de acordar de una foto que me mandó el Felipe por mail en que salía el presidente de Estados Unidos, en una escuelita de niños –¿cómo es que se llama este caballero; el que nos quería mandar a la guerra y nuestro presi le dijo que no?– y salía así en la foto: con un libro infantil patas parriba, muy serio y haciendo como que leía interesadísimo, jajajá. Uy, allá se viene subiendo mi tío Víctor. Bueno, es lo que hay nomás; la suerte está echada, como dicen.
(CONTINUARÁ...)

viernes, marzo 10, 2006

(Réclame): Entrevista de 1993

Ministro de Educación: “… en consecuencia, lo importante es cómo somos capaces de hacer rendir nuestro presupuesto sectorial…
Periodista de TV, Radio y Prensa Escrita (interrumpe): Déjese de minucias y piense en grande, hombre. Usted sabe que va a ser Presidente de la República.
MdE: Por cierto… ¿Y tú sabes que vas a tener un blog?
PdT,RyPE: Hum… Le va a ir bien de Presidente, ministro Lagos. Va a ser más popular que Condorito.
MdE: Já, qué ingenioso eres. Eso, supongo, a propósito de tu relato en el blog, del tren y la morena suculenta que lee Condorito. Tienes a la gente esperando el desenlace…
PdT,RyPE: Usted no tiene un pelo de tonto.
MdE: Cada día tendré menos.
PdT,RyPE: ¡Me lo dice a mí!

lunes, marzo 06, 2006

Entre palabras y miradas ( I )

El traqueteo del tren no impide que Cortés, sentado a mi lado, me hable y me hable y no pare de hablarme. Hace diez minutos ni siquiera lo conocía, pero ya está, se subió al vagón en que me encuentro, halló lugar a mi costado, se me presentó como Víctor Cortés y de allí en más no le ha parado la lengua. Lo cortés no quita lo valiente, pienso. A esta altura, sin embargo, lo cortés sí que encubre lo aburrido que estoy ante tanta elocuencia, así que persisto en mirarlo y sigo fingiendo cierta atención a lo que me dice del trabajo y el día de descanso, aun cuando, la verdad, más pienso en el dolor al cuello –acá, como en la yugular– que me produce voltear la cabeza hacia Cortés, ahí con su casaca verde de cotorra y su personalidad también de cotorra. O de papagayo.

Cortés eleva el tono de su voz, porque el roce del convoy en los rieles es más ruidoso y, él cree, obstaculiza su interesante conversación. Me sobo con fuerza el cuello y descubro que el nuevo tema, de sopetón, es una parcelita que Cortés tiene en La Ligua con su señora, donde ¡viera yo las paltas!; y como diestro en la oratoria que es, larga una enumeración de sus frutales que me parece eterna: tiene limoneros y naranjos, tiene perales, manzanos de rojas y verdes manzanas, una higuera que da dos veces higos y no da brevas, ¿le voy a creer?, tiene nogales…

Lo cortés no quita lo valiente pero ha de tener su límite, reflexiono, y vuelvo la mirada a la ventana por donde observo los postes y su rápida fuga hacia la retaguardia. Esa intempestiva ausencia de mis ojos no amedrenta a Cortés, quien ya pasa inventario a la cosecha de la pequeña chacra que ha hecho en su parcela liguana. “Tengo unas frutillas y unas frambuesas, y ajos, ajíes y unos tomates –oigo– de esos que usted los toma junto a la nariz y ¡pucha que tienen olor a tomate!”.
-Ajá –digo viendo la carrera de postes y con deseos de ver a Cortés montado en uno de ellos con su casaca verde.
-Y eso, amigo, que no le he contado de los melones verdes…
Por un instante me cuesta creer que exista en el universo algún fruto del que Cortés no me haya hablado… ¡Y en tan poco rato!
-¿Buenos melones, ricos? –pregunto, en nueva cortesía con Cortés, y en el tránsito de volver mi vista al loro que posa sus asentaderas a mi derecha reparo en la morena de pechos redondos, como meloncitos verdes en crecimiento, que va sentada un puesto adelante, al otro lado del pasillo y de espaldas al recorrido del tren, hojeando una revista Condorito. Es singularmente graciosa con sus ojos grandes de largas pestañas y una boca bien dibujada y pintada en tono de guinda. La contemplo encantado y, casi de forma automática, mejoro mi postura en el asiento, fingiendo una actitud de galán recio de cine, seductora, que no logra su pretensión, por cuanto ella permanece atenta a los chistes de la historieta. Entonces río fuerte, como si la perorata frutal de Cortés hubiese llegado a un pasaje divertidísimo y, gracias al alboroto de esa risa, consigo su atención: un breve contacto visual con los inmensos ojos gatunos, a través del vértice que forman las páginas desplegadas.

Lo valiente supera a lo cortés y, de pronto, lo que habla el hablador profesional que está a mi costado me importa un rábano que –pienso– seguro hay en tu huerta, latero de campeonato. ¿Esos senos, esos ojos, esa boca?, trato de recordar dónde los he visto, mientras escucho de aguas subterráneas y un pozo y una noria que también me importan un rábano y, aun más, un soberano pepino de La Ligua. Así, pues, sin perder el tiempo en Cortesías, persevero en mi análisis de la morena que lee y, ¡ya, ahí está!, creo que se parece a alguna de esas tahitianas que pintaba Gauguin, aun cuando no viste de colores ni de flores como las musas del artista francés y, francamente, pensándolo mejor, no se asemeja en nada a ellas. Allí estás, de pantalón negro, con esa blusita verde melón que promete explotar en cualquier momento, con tu escote, y esa Y dibujada por los pliegues de tus pechos firmes y el camino largo que baja y se pierde tras el botón más alto y resistente. ¿Quién eres, morena?, pienso, ahora que empiezas a abanicarte con la revista, con lo que entregas tu rostro y tus frutos magnánimos al aire movilizado por el Condorito y a mi mirada detectivesca. Lleno de gozo compruebo que la frescura del viento ha obrado milagros sobre sus senos y percibo, como humo que fluye por una chimenea, el rubor que trepa por su cuello delgado y se apodera de su rostro. ¿Quién eres…, a quién te pareces, morena?

(CONTINUARÁ...)