miércoles, agosto 23, 2006

La carta, el paquete y los avisos ( I )

Aquella mañana de sábado, cuando le llegaron la carta y el paquete, se cumplía exactamente un mes desde que cambiara el sosiego rural de Las Cabras, por el tráfago insoportable de Santiago. Un mes desde que, equivocado o no, resolviera que el pueblo le había quedado chico y que la capital, aun todavía, se le presentaba como una oportunidad de triunfo. Al momento de cerrar la puerta al cartero, reía al recordar cuando se despidió de todos, a través de la radio local y, cómo no, se emocionaba en la evocación del “hasta pronto” a su novia quien, como todos, le aseguró el mayor de los éxitos.

Una carta y un paquete, en una mañana de sábado. Apenas leyó el sobre y ya reconoció la letra. Matilda, su amada Matilda. Ya faltaba menos, pensó. Si las cosas le hubieran resultado como había supuesto, por estos días la estaría trayendo a vivir con él. Pero…

¿Y quién diablos le habría mandado esa caja tan extraña y etiquetada? ¿Qué hacer con ella? El cartero no le había dado ninguna opción. “Entienda –le había dicho–: no tiene destinatario ni remitente, pero sí la dirección, ¿ve?, así que se la dejo. Hágase cargo”. Cómo eran las cosas, pensó, mientras servía vino en una copa: No llevaba ni una semana en ese departamento de calle Lastarria y ya recibía una carta de Matilda y, por si fuera poco, ese paquete mediano con calcomanías que advertían fragilidad y otras que, por medio de paraguas, copas y velas, revelaban el lado correcto para depositarlo.

La verdad es que “el mayor de los éxitos” en Santiago no había sido tan rápido como le habían dicho, pensó. Por cierto, estaba lo del jingle publicitario que sonaba en algunas emisoras (no era gran cosa, pero algo) y lo del sello, “te llamaremos”, pero nada más había sucedido. Salvaba con sus presentaciones en el restorán mexicano, donde interpretaba la buena ranchera, y por eso no estaba de vuelta en Las Cabras, con la cola entre las piernas. No quiso ni pensarlo. La estrella estrellada. Qué dirían todos.

Entre sorbo y sorbo fue leyendo la carta de Matilda. Que ella se encontraba bien, al recibo de la presente. Que no lo tomara a mal pero se había ido al sur a la casa de una tía. Que había un primo. Pedía tiempo. “Te aconsejo (¿lo tuteaba?) que no trates de averiguar dónde estoy”. Que ahora estaba pensando más en sí misma. Que no fuera a cometer ninguna locura…
¿La seguiría por tierra y por mar?
Adelita.
Matilda.
Maldita.
¡¡¡Maldita!!!, gritó con destemplada voz de charro y arrojó la copa de vino contra la blanca pared, que se entintó. Presa de un arrebato de desconsuelo y pesadumbre, arremetió contra lo que pilló por delante. Un llanto rabioso resonó en los edificios, y el cañón del Santa Lucía se encargó de anunciar las doce.
(Continuará...)

miércoles, agosto 02, 2006

Karadajián: “La deuda de los poetas”

Hace algún tiempo seguía un blog llamado “Cuatro Tontos… Dudo”. Era una iniciativa grupal, de dos señoritas bien agraciadas (a juzgar por sus fotos), un tipo que escribía tardemalynunca y un cuarto sujeto muy divertido: Víctor Karadajián. Hombre ingenioso (este último) como el que más, era ducho en el léxico, competente en el adecuado empleo de gramática y sintaxis, generoso en la entrega de sinónimos que enriquecieran los contenidos a veces vacuos, fútiles, baladíes, inanes, pueriles y anodinos que abundan en el espacio cibernético. A poco andar, el cuarteto desapareció de la faz de la blogósfera, para siempre. De sopetón, esa bitácora dejó de funcionar, como si la existencia de la agrupación hubiese sido sólo una quimera, una ilusión, un ensueño o, quizás, una representación, una farsa.

Personalmente, pensaba que Karadajián era un individuo EXTRAORDINARIO, entendido tal término como “portentoso”, “sorprendente”, “asombroso”, “admirable”.

La cosa es que anoche me llegó un correo electrónico de Víctor Karadajián. En él, tras el saludo de rigor, muy cortés, me señala su indignación respecto de los “poetas del mundo”, quienes, a su juicio, “no quieren saldar su deuda” con, ehhhh…, cómo decirlo…

En fin, en su e-mail, Karadajián me adjuntó la siguiente foto y el texto que reproduzco debajo con algo de vergüenza, del que no me hago responsable y que me ha convencido de que se trata de un individuo EXTRAORDINARIO, en el sentido de súper ordinario, grosero, malcriado, inurbano y lenguaraz.
“Tras la remembranza lúbrica, jugosa, nectarada y ambrosiaca que me tomó entero frente a la chica de nalgas respingadas que atisba un refrigerador con su caliente calidez…
Tras traste y traste… Tras tanto trasero… Me pregunto:
¿Por qué los juglares han cantado poco y nada respecto de este confín anatómico femenil de hermosura sin par?
¿No ha llegado nunca a sus proximidades, poetas, una musa de ancas soberbias que, así, como al descuido, enseña el huesecillo infame que une pelvis con cadera?
¿Qué condenada sinrazón los ha privado de hacer poesía allí, en las damas y sus glúteos que aglutinan los adverbios más líricos y ensoñadores?
¿O es que les faltan, bardos, los adjetivos, las metáforas y palabras para aproximarse siquiera a la majestuosidad de las curvas y sinuosidades de las hijas de Eva y sus derrieres?
¿Sólo ojos, pupilas, cabellos y sonrisas los conmueven, señorones? ¿Ustedes, poetastros, se arrogan el derecho y tienen la tupé de despreciar la esplendidez de las firmes rabadillas de las hembras del vergel? ¿Es que no son, acaso, los cantores de la belleza? ¿O es que están, son, han sido y serán ciegos por los siglos y centurias?
¿Cuándo pagarán su deuda, trovadores con retinopatía invalidante?
¡Hasta cuándo callarán, ineptos de mierda!
La pura y santa verdad, poetas, es que han sido, son y seguirán siendo unos maricuecas de campeonato”.

Luego firma y me pide que averigüe sobre literatura (“ojalá poemas”, dice) sobre el tema que lo ha privado de razón y que lo tiene confinado en el psiquiátrico.
¿Me ayudan a ayudarlo?